Cuando el ilustre leonés Martín Villa diseñó el mapa de la España de las Autonomías, entre otros engendros fuera de lugar y sin ninguna raigambre histórica, se configuró toda una serie de comunidades uniprovinciales, casi todas piezas sueltas del encaje discutido y discutible dentro del puzzle “de café para todos”. Entre ellas la Comunidad de Madrid que se desgajó de su habitat natural que era Castilla la Nueva: se le sustrajo Madrid y se le añadió Albacete. “Las gallinas que entran por las que salen”, como diría el humorista. Para darle un toque de cambio y modernidad se le quitó la novedad con olor a reconquista y se la remozó con un toque quijotesco: Castilla-La Mancha. Madrid depositaria de la capitalidad del Reino, de la basílica mayor de la Bolsa Española, y sede central de las grandes empresas nacionales y transnacionales, tenía que ser singular y usufructuaria en exclusiva de los bienes que la capitalidad generaba. ¡Qué desdoro compartir riqueza con la depauperada comunidad de la meseta sur. Para ésta quedaba Toledo, capital de los visigodos, baluarte del Glorioso Alcázar y testaferro del patrimonio del Greco que aún no había sido expoliado por El Prado. ¡No se quejen, castellanos nuevos de los viejos reinos, y manchegos de pro: menos da un palo.
Servido el café para todos, quedaba por aclarar cuántas cucharaditas de azúcar le tocaba a cada uno de los invitados al festín. La sobremesa que se inició tras la aprobación de la constitución, continúa viva sin que los comensales por fin entonen el “Asturias, patria querida”. Se habla, se discute de lo que cada cual aporta, de lo que cada uno necesita, se denuncia expolio, se reclama solidaridad…y los vascos y navarros contemplan la disputa como convidados de piedra: todo esto no va con ellos porque tienen su “concierto” que tocan a su aire y fuera de la orquesta nacional.
Así las cosas, cada quisque presenta “sus” cuentas para pedir más o para soltar menos, loando los unos su generosidad y acusando los otros de usura y avaricia. En medio de estos dimes y diretes se oye la voz de Madrid proclamando a los cuatro vientos que ella es la más solidaria, la más generosa frente a una Cataluña avariciosa y egoísta. Así se expresaba la Presidenta de Madrid en la Asamblea madrileña: “Los madrileños están pagando 3.000 millones de euros para que los andaluces tengan sanidad, educación y demás». Hagamos cuentas y pasemos el verificador.
¿Cuántos miles de funcionarios y empleados públicos de la Administración Central que pagamos TODOS, tienen su residencia en Madrid, lugar donde cotizan su declaración de renta? Aquí liquidan sus impuestos los supremos y altos cargos del estado, los funcionarios de alto standing, el Estado Mayor y los mandos superiores del ejército, de las fuerzas de seguridad y orden público, el personal administrativo y de servicios a disposición de la maquinaria de la Corona y del Gobierno de España…
La Capitalidad del Reino y la planificación radial del Estado dan a Madrid un valor añadido que atrae por sí mismo a las grandes empresas para radicar aquí sus sedes centrales que son las que desembolsan los impuestos que tienen a bien pagar, tengan las fábricas o instalaciones donde sea. La estructura napoleónico-borbónica del país otorga a Madrid la sede principal de las bolsa española con todos los beneficios fiscales que genera tanto en dinero fresco directo como en IRPF de los agentes de bolsa allí censados.. Varios países de nuestro entorno la capital financiera no corresponde con la capital política: Italia (Milán), Alemania (Frankfurt), Suiza (Ginebra), Dinamarca (Ámsterdam) …A todo este conglomerado de personal público se han de añadir todos los puestos de trabajo inducidos que sirven de apoyo logístico y asistencial al emporio de la Administración.
Pero Madrid no sólo se beneficia por la cuantía de ingresos directa o indirectamente absorbidos del resto de la geografía española. La inversión en infraestructuras que se deriva de la capitalidad del estado, o que se ampara en esta excusa, hace de Madrid el punto privilegiado y único del Reino. El ciudadano madrileño puede ir por autovía a cualquier territorio del país sin desembolsar un céntimo (excepto si va a Cataluña por la N-II que a partir de Zaragoza tendrá que rascarse el bolsillo si quiere circular por vía rápida). Las radiales de Madrid que en su día los Aznar, Álvarez Casco, Gallardón y Aguirre licitaron en sus sueños de grandeza, hoy en ruina han sido rescatadas por el estado a cargo del contribuyente universal. El AVE, que se nos dice que servirá para articular todos los territorios en un futuro inmediato, también tiene un diseño radial de carácter milagroso: es centrífugo y centrípeto a la vez. Sirve para que los españolitos de provincias podamos acudir a Madrid para dejar allí la pasta, y a los madrileños para que puedan pasearse y disfrutar del patrimonio histórico, paisajístico y gastronómico de la España diversa, variopinta y plurinacional (característica no por todos aceptada). La conclusión es clara y contundente: Madrid, kilómetro 0 de las Españas.
Podríamos hablar también de los dineros invertidos (y en algún caso malgastados) en el aeropuerto de Barajas en evidente desproporción con los servicios con que cuentan otros aeropuertos tan y más competitivos (Son Joan o El Prat). Y hablando de competitividad, una apostilla: para justificar la competitividad de la T-4 se obliga a muchos vuelos entre ciudades españolas a hacer escala en Madrid de modo y manera que dichos vuelos entran en el cómputo de servicios de Barajas. El truco del almendruco, el maquillaje de las cuentas, la trampa saducea.
Si hacemos un justo balance del debe y del haber de Madrid, de lo que recibe por sus privilegios de capital del país y lo que retorna “fraternalmente” al contribuyente disperso por la piel de toro, ¿se puede fardar de generosidad y presentarse como number one en el ranking de solidaridad? “Estos son los datos, suyas son las conclusiones”.