La guerra civil y sus años previos y sobre todo los posteriores fueron años de gran convulsión: persecución, revanchas, encarcelamientos, golpes militares, miseria, odio, cárcel y muerte. Nunca más. Para añadir más dolor e injusticia a este drama nacional ha llegado hasta nuestros días otra guerra desgarradora: la del relato. Los vencedores impusieron SU verdad (verdad a medias, verdad manipulada, verdad impuesta bajo la bota del silencio y el miedo). Se olvidó, se despreció, se negó lo que había bajo la tierra, tras de los documentos de los secretos oficiales, en lo más recóndito de las mentes y del corazón de tantos hombres y mujeres autocensurad@s por el miedo. Por fidelidad a sus ideas o por decisión del destino quedaron inscritos en el lado doloroso (que no incorrecto) de las historia. Fueron objeto de exterminio como muestran las palabras de los golpistas:
“La guerra de España no es una cosa artificial: es la coronación de un proceso histórico, es la lucha de la Patria con la antipatria, de la unidad con la secesión, de la moral con el crimen, del espíritu contra el materialismo, y no tiene otra solución que el triunfo de los principios puros y eternos sobre los bastardos y antiespañoles”. (Francisco Franco).
“Cualquiera que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular, debe ser fusilado […] Hay que sembrar el terror, dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. (General Mola)
“Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; Que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad”. “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”. (General Queipo de Llano).
Tod@s cuant@s fueron represaliad@s deben ser reconocid@s: les debemos una memoria histórica para recomponer la fraternidad en la igualdad. Debemos limpiar nuestras heridas para poder después lucir orgullosos (TOD@S) nuestras cicatrices. Barrillos no fue un oasis en medio de la tempestad. El fratricidio no le fue ajeno y l@s derrotad@s arrastraron durante largos años el silencio, el señalamiento, el pavor y represiones varias. Nuestro pueblo vivió en carnes propias el plan represivo y exterminador impuesto en nuestra provincia por los vencedores.
La profesora Sara GONZÁLEZ CASTRO de la Universidad de León describe así las estrategias diseñadas en la Provincia de León para la represión durante el largo período de 1936 a 1950:
“El proceso represivo lo podemos entender como una estrategia llevada a cabo por los vencedores de la guerra civil para controlar el poder y los privilegios. Por lo tanto “consiste en el empleo de mecanismos de control y de sanción de conductas que el poder establecido califica como desviadas en el orden político, ideológico o social y que engloba un amplio abanico de actuaciones que pueden ir desde la violencia física o psicológica hasta el dirigismo de conductas públicas y privadas”.
La represión, por tanto, comenzó durante la guerra civil pero no finalizó a su conclusión, sino que perduró en el tiempo, siendo especialmente cruenta en la década de los años cuarenta y hasta mediados de los cincuenta. La de los cuarenta fue sin duda “[…] una década consagrada a la violencia física y solo su amplitud, no su intensidad, marca diferencias entre la primera etapa y las posteriores. Castigado el republicanismo y el izquierdismo hasta en sus más nimias manifestaciones, el miedo inoculado entre la población se convertirá en un eficaz mecanismo auxiliar de la red de vigilancia y control, formal e informal, diseñada por la dictadura”.
A diferencia de la republicana, en la España rebelde, que es donde se circunscribe la provincia de León, la represión tuvo un carácter “absolutamente premeditado, sistemático, institucionalizado, hasta transformarse en un objetivo en sí mismo para la construcción del nuevo Estado”. Por ello consideramos muy importante en el estudio de este tema no ceñirnos sólo el recuento de las muertes directas de la represión, sino ampliar los horizontes de estudio teniendo en cuenta aquellas otras víctimas que, aunque no murieron, sufrieron las penalidades de las prisiones, campos de concentración etc. Aquéllos que sufrieron el embargo de sus bienes, la pérdida de sus ingresos económicos o de sus trabajos convirtiéndose en ciudadanos de segunda por el simple hecho de haber sido señalados o acusados en algún momento determinado de ser “rojos” porque la represión no comprende sólo la violencia física.
León vivió con todo su rigor la represión de los sublevados desde el 20 de julio de 1936 y el resto de la provincia a los pocos días, a excepción de la pequeña franja norte que fue zona de frente. Por esta razón tiene especial interés analizar las características del sistema represivo llevado a cabo por los alzados.
Otro aspecto de la represión fueron las víctimas de las sentencias dictadas en los Consejos de Guerra. La justicia militar fue el principal instrumento para el ejercicio de la represión. Fue ejercida de forma arbitraria y en ausencia de cualquier tipo de garantía procesal. En estos juicios sumarísimos los que juzgaban por delitos como rebelión militar a quienes habían permanecido fieles a las instituciones republicanas eran precisamente los que se habían sublevado contra ellas. Como bien señala Ángela Cenarro: “La novedad que trajo consigo la sublevación militar fue que la fidelidad a la República se convirtió en un delito. La declaración del Estado de guerra en julio de 1936 terminó con el Estado de derecho e impuso lo que comúnmente se ha llamado “justicia al revés”. Con un mecanismo tan simple como dejar fuera de la ley a quienes se mantenían leales al gobierno republicano, los sublevados expulsaron de la sociedad y del Estado a millones de españoles. Todos ellos quedaron incursos, de la noche a la mañana, en el delito de rebelión”.
En León a partir de 1938 se multiplicaron los Consejos de Guerra. Los juzgados eran básicamente milicianos que habían luchado en el Frente Norte. Entre julio de 1936 y diciembre de 1940 varios miles de leoneses- unos ocho mil – pasaron por los juicios sumarísimos.
Las penas establecidas por los Consejos de Guerra eran las siguientes: auxilio a la rebelión: de 6 meses y un día a 12 años; rebelión militar:de 12 años y un día a 20; adhesión a la rebelión militar: de 20 años y un día a 30 años o pena de muerte. Aquellos que se libraron de la sentencia a muerte pasaron varios años cumpliendo sus penas en las diversas modalidades del sistema penitenciario español de guerra y posguerra.
El sistema penitenciario se caracterizará por el desorden inicial, la arbitrariedad, la brutalidad en el trato, las condiciones inhumanas de detención, la fluctuación numérica y geográfica de los detenidos.
Además de las cárceles se crearon los campos de concentración a partir de una orden de agosto de 1937 de la Secretaría de Guerra titulada Campos de concentración de prisioneros y publicada en el Boletín Oficial del Estado. Llegó un momento en que el número de prisioneros era tal que rebasó las previsiones y posibilidades de mantenimiento de las cárceles , y por ello se decidió llevar a cabo la creación de los campos de concentración, que como bien señala Javier Rodrigo: “Tenían un carácter preventivo (no se cumplían penas sino que constituían la antesala de la justicia), clasificatorio y provisional. El campo de concentración de San Marcos es la institución más conocida dentro del sistema penitenciario leonés. Las cifras de prisioneros llegaron a ser tan elevadas que planteaban al Estado un grave problema económico.
Por ello se publicaron una serie de indultos entre 1940 y 1945 que terminaron con el problema penitenciario, eso sí, de una forma perfectamente organizada y controlada. Previamente el Estado se había preocupado de crear un órgano que conectase el sistema penitenciario con los poderes locales y que obligaba al liberto a presentarse periódicamente en el cuartel de la guardia civil con la excusa de tutelar su reinserción. De este modo el régimen se aseguraba un perfecto control sobre el excarcelado. Pero antes de decidirse a vaciar las cárceles, la dictadura supo encontrar una vía intermedia entre el antieconómico cumplimiento inflexible de las condenas impuestas, y medidas de amnistía que pudieran dar la impresión de debilidad o de que los reos habían sido en realidad injustamente condenados. Con ello nos referimos a la creación del sistema de Redención de Penas por el Trabajo el 7 octubre de 1938. Los presos empezaron a ser utilizados como mano de obra gratuita o, según los casos, barata para compensar la disminución de la fuerza de trabajo como consecuencia de la propia contienda y de las depuraciones posteriores.
El sistema penitenciario, además del trabajo en las propias cárceles creó tres sistemas de trabajo exterior: los destacamentos penales, las colonias penitenciarias, y los batallones disciplinarios de trabajadores, modalidades de las que veremos ejemplos en la provincia de León.
Además de los centros penitenciarios que había en la capital de la provincia, existían las prisiones de partido. En este periodo se contaba además de con la de León, con la de Ponferrada, Astorga, La Bañeza, Valencia de Don Juan, Murias de Paredes, La Vecilla, Sahagún, Riaño y Villafranca del Bierzo. La prisión de Astorga, estaba ubicada en la finca donde actualmente están los juzgados. Era cárcel de partido y depósito judicial. Una valiosa información aportada por Benigno Castro es el hecho de que por una Orden de 11 de noviembre de 1938 se le confiere el carácter de prisión central, lo que suponía poder albergar presos con penas de mayor envergadura. Esto se debía a la necesidad de que esta cárcel actuara como complemento de los centros de reclusión de la capital leonesa debido a la saturación que sufrían de estos. En el 1943 perdió el carácter de prisión central46. No obstante, albergó en este periodo, entre 1936 1950, a más de 9000 presos políticos, cuya procedencia es mucho más variada que los de la prisión provincial, siendo muchos de ellos trasladados desde otros centros penitenciarios de lugares tan diversos de la geografía española como la Prisión del Puerto de Santa María o la del Dueso en Santander.
Podemos concluir que en nuestra provincia, como en otras muchas, no hubo guerra sino sólo represión. Un proceso represivo qué aunque más intenso en los años de guerra y primeros de posguerra, fue una constante a lo largo de las más de tres décadas que duró el régimen franquista. Fue manifestándose en sus más diversas modalidades y cambiando sus objetivos, siendo más bien en un principio un mecanismo para la aniquilación de toda disidencia y convirtiéndose en un modo de control social marcado por el terror y el miedo.”
Vari@ vecin@s de nuestro pueblo ejemplarizaron lo que supusieron aquellos años para l@s vencid@s. Aquí tenemos un caso documentado. Se trata de los documentos aportados por el Archivo Histórico Provincial de León cuya publicación está debidamente autorizada, a los que se podría añadir, para más abundancia , los ofrecidos por el Archivo del Tribunal Militar Territorial Cuarto (Sección Amnistías). ¡Cuánto dolor inútil!¡Cuánta degradación humana! Va por vuestra dignidad. Aprendamos para no repetir la historia.
Documentos testimoniales de una causa penal: