Para los pueblos prerromanos y para los romanos, los lagos eran lugares sagrados y muy posiblemente en algunos de ellos se efectuaron actos religiosos y sacrificiales. La inscripción latina de una lauda sepulcral encontrada a orillas del lago Ausente avala esta posibilidad (MANIBUS AMNIS DOMICIANUS FILIUS FLAVI ARMIGER ROMANUS HIC SEPULTUS EST). En la mitología medieval los lagos suelen estar habitados y guardados por seres fantásticos y en sus entrañas guardan tesoros fabulosos. Veamos cuál es la leyenda del Lago de Isoba.
Era allá por el siglo X de nuestra era. En Compostela había sido descubierta una tumba misteriosa que, según creencia generalizada, guardaba los restos del Apóstol Santiago. Enseguida aquel lugar se convirtió en centro de peregrinaje de gentes venidas de toda Europa. Los musulmanes ocupaban las llanuras de la meseta y eran un constante peligro para los cristianos ( “terror sarraceno”). Así que los peregrinos, por seguridad, hacían su camino por nuestras montañas aprovechando los pasos más transitables.
Es el caso de los protagonistas de nuestra leyenda:
En cierta ocasión un grupo de peregrinos que iba a Santiago siguiendo el valle del Porma, llegó al pueblo de Isoba. Estaban cansados y hambrientos. Pican a la puerta de la primera casa:
-Una limosna, por amor de Dios. Somos peregrinos que vamos hacia Compostela y venimos hambrientos y agotados.
Desde el interior de la casa una voz les respondió:
-Dios les ampare.
Siguieron picando casa por casa y en todas la misma respuesta: “Dios les ampare”. Estaban ya a la salida del pueblo y tan sólo quedaban dos casas. Picaron en la primera. Salió a recibirlos el señor cura que, solícito, les dio algo de comer, pero les explicó que su casa era muy pequeña y no podía dar albergue a todos. Le dieron las gracias y se fueron a buscar fortuna en la última casa. Nada más picar apareció en la puerta una mujer de cierta edad que los vecinos llamaban “la pecadora” (en alguna de las versiones “maledicentes” se cuenta que era la madre soltera del señor cura). Escuchó muy atenta las palabras de los peregrinos.
-Sí que puedo hospedaros, pero soy muy pobre y no tengo para daros de cenar- les respondió.
-¿Entonces de qué se alimenta, buena señora?-preguntó Jesús, uno de los peregrinos.
– Con la leche que me da una vaquina que tengo en la cuadra.
– Tenemos mucha hambre. Podíamos matar la vaca y usted nos la prepara. No se preocupe: Dios proveerá. Yo le prometo que recibirá el ciento por uno- le aseguró el peregrino.
La mujer, convencida de que aquel misterioso peregrino cumpliría sin ninguna duda su palabra, accedió a la petición. Llegada la hora de la cena se pusieron a la mesa y le dijeron a la “pecadora”:
-Vaya usted recogiendo todos los huesos de su vaca en una canasta grande; mañana, antes de marchar, le diremos lo que tiene que hacer con ellos.
La hospedera cumplió sus órdenes. Acabada la cena, los extraños peregrinos se fueron a descansar repartidos por el pajar y la tenada.
Al día siguiente, al rayar el alba, los huéspedes se levantaron y recogieron sus escasas pertenencias dispuestos a reemprender el camino. La mujer, mosqueada ante el silencio de Jesús y sus compañeros, les preguntó:
-¿Y qué he de hacer con los huesos de mi vaca que me mandaron guardar anoche?
-–Arrójelos por el corral antes de que partamos.
Así lo hizo la mujer . Una vez esparcidos, Jesús levantó sus ojos al cielo y los bendijo. Al instante de cada uno de los huesos surgió una hermosa vaca, quedando aquel corral convertido en una espléndida majada del mejor ganado La mujer llena de gozo dio gracias a Dios y salió corriendo a decirles a sus vecinos todo cuanto había ocurrido en su casa. Los vecinos en vez de alegrarse, recomidos de envidia, comenzaron a insultarla, e incluso pretendieron arrebatarle alguna de sus vacas. Ella, viéndose en tal aprieto, salió en busca de los peregrinos y los halló sentados en un altozano no muy lejos del pueblo. Envuelta en lágrimas les contó lo sucedido. Entonces uno de los peregrinos se levantó, se puso de cara al pueblo, extendió su mano derecha y, presa de la indignación, gritó en tono solemne:
¡ Húndase Isoba, menos la casa del cura y la de la pecadora!
Inmediatamente y en un abrir y cerrar de ojos un gigantesco torrente descendió de las montañas hasta anegar el pueblo. Sólo la casa del cura y la de la pecadora se salvaron de aquel diluvio particular. Así nació el bello lago de Isoba. Dicen que en ciertas noches de luna llena desde el pueblo de Cuénabres se oyen los bramidos del lago tal como si fueran los fragores de las olas del mar en medio de una tormenta.
Hay otras versiones de la leyenda: una de ellas copia el caso del peregrino, pero alterando sus necesidades: venía muerto de sed, así que fue pidiendo un poco de agua para llenar su calabaza y poder saciar aquella sed que le mataba. Nadie lo escuchó, todas las puertas se le cerraron tras el “Dios te ampare” Por eso el peregrino encolerizado maldijo al pueblo. Los efectos fueron fulminantes: las montañas comenzaron a manar agua a borbotones hasta formar una ingente torrentera que arrasó el pueblo. De ello da fe el lago de Isoba.
Muchas son las historias fantásticas que se cuentan en torno este lago. La más afamada es la de la moza de las carretas. Iba una joven serrana por la orilla del lago montada en su carro tirado por una pareja de bueyes. Los animales acosados por las moscas se espantaron y provocaron la tragedia: carro, bueyes y moza se hundieron inexorablemente en el fondo del lago.
La labriega en su intento desesperado por salvarse, arañó y arañó la tierra hasta que sus dedos aparecieron por el otro lado de la montaña. Esto explica que al otro lado de la sierra haya una fuente con cinco agujeros manantiales. Dicen los naturales de Isoba que en noches de luna llena (¡siempre el embrujo del plenilunio!)) desde el lago Ausente se oyen aún los mugidos de los bueyes y los gritos desesperados de la moza. Si ellos lo dicen será verdad.
Redacción de Jacinto Prada.