Bella panorámica es la que se ve desde el Monte Redondo o Montrondo: en medio la Peñona y un poco más allá un hermoso valle por donde discurre el río Omaña que en sus inicios se llama reguero de las Solanas. Enseguida se le van juntando multitud de riachuelos para formar el rebose del Chao o del LLao (el Lago). Este pozo siempre estuvo rodeado de misterio por su historial de hechos fatídicos. Se decía que en su fondo había unos tragaderos que engullían todo cuanto en sus aguas caía. Todo el mundo daba por cierto que varios bueyes de Montrondo habían desaparecido por adentrarse, al ir a beber, más allá de lo que la prudencia aconsejaba. No es extraño, pues, que este remanso contara también con su leyenda digna de ser recordada. Varias eran las versiones que corrían por las hilas de los pueblos cercanos.
En el filandón de Montrondo se daba una versión que bien podríamos considerar como una adaptación omañesa de la historia de San Jorge. En la antigüedad más remota habitaba el Llao una serpiente descomunal que tenía atemorizada a toda la feligresía. Para calmar su furia exigía a los vecinos que una vez al año, por la fiesta del Corpus, le fuera entregada una doncella. Sólo así el monstruo permanecería oculto bajo las aguas, sin atacar a nadie. Tal era el miedo del vecindario que aceptaron el trato.
La víctima era elegida por sorteo. Pero un año le tocó la mala suerte a la hija del hombre más rico del pueblo que, a base de dinero y coacción, logró que fuera sustituida por la hija de una familia pobre.
En vísperas del Corpus la muchacha se puso en camino con el propósito de llegar al otro lado del Tambarón antes de que cayera la noche. Subía la pobre moza sumida en sus pensamientos por la senda de la Perdiguera, cuando le salió al paso una anciana sonriente que llevaba un saco al hombro. En tono muy dulce le preguntó qué hacía a esas horas por aquellos andurriales. La rapaza se lo explicó.
-Toma esto, muchacha –le dijo la anciana mientras extraía de su faldriquera un pequeño rosario- Cuando la serpiente asome la cabeza fuera del agua, échaselo entre las fauces.
La anciana, que muchos sospechan que era la Virgen, se despidió y siguió su camino hasta desaparecer senda abajo. La joven guardó el rosario y continuó caminando montaña arriba. Cuando llegó ya era de noche así que se acurrucó cerca del agua y a pesar de la angustia y el miedo que la embargaba, por fin se quedó dormida.
Al día siguiente, justo al amanecer, el fragor de las aguas despertó a la muchacha. El primer rayo de sol reverberaba en la superficie agitada de la laguna. De pronto apareció el monstruo, se deslizó sobre las ondas con la mirada fija en la doncella y ya cerca de la orilla abrió sus fauces.
La rapaza no se amedrentó y con todas sus fuerzas lanzó el rosario dentro de la enorme boca de la bicha. Y se cumplió el milagro: el rosario creció súbitamente en la garganta de la fiera hasta convertirse en una enorme cadena que la estranguló. Poco a poco el monstruo fue hundiéndose hasta desaparecer ante los ojos atónitos de la joven.
Dicen que la serpiente aún sigue en el fondo de la laguna, encadenada por aquellos pesados eslabones. Nunca más se la ha vuelto a ver emerger de las aguas.
En el filandón de Salientes corría una versión con toques feministas y veraniegos.
El trato al que habían llegado los vecinos y el monstruo estipulaba que el 24 de Junio, con los primeros rayos del sol, la bicha emergería del Llao para cobrarse la prenda estipulada que podía ser hombre o mujer. Cada año, pues , pocos días antes de San Juan los vecinos se reunían en concejo para hacer el fatídico sorteo. Un año le tocó la desgracia a un hombre viudo que tenía varios hijos. La hija mayor llena de amor filial y previendo la difícil situación en que se quedaría la familia al faltar el padre, se ofreció a sustituirlo. Así fue. De modo que mientras el vecindario preparaba los carros para “coger el trévole”, la moza tomó la senda de la Perdiguera dispuesta a sacrificarse la mañana de San Juan. El resto de la historia ya es conocido, excepto los fenómenos extraños que a partir de aquel día sucedieron. Dicen que todas las mañanitas de San Juan, justo al salir el sol, se estremecen las aguas y puede oírse un ruido metálico como si alguien arrastrara unas cadenas. La serpiente sigue despertándose ese día y pretende emerger para cobrar su tributo. Pero las viejas cadenas se lo impiden. Poco a poco su furia se apaga y vuelve al letargo.
Redacción de Jacinto Prada.