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EL PAN NUESTRO

noviembre de 2015

La  gran marea del Banco de Alimentos ha inundado nuestros supermercados, sedes de buen número de entidades y puntos estratégicos de nuestras ciudades. Los voluntarios, por miles, nos han invitado a participar, a ser solidarios, a echar un salvavidas a quienes están a punto de ahogarse en la miseria. Tengo que confesar que ante esta enorme ola solidaria me siento confuso y con el corazón partido: me sabe mal no aportar mi granito, pero también  me queda ría  mala conciencia si participara porque creo que estaría colaborando en una mala cura que sirve para  mantener estable y crónica la pus  de una llaga social que lo que exige y urge es sajar y desinfectar a fondo.

Todos nos felicitamos por la respuesta ciudadana. Desde todos los pelajes e ideologías se exhibe un desbordante orgullo patrio: España es un gran pueblo solidario. Desde mi propensa tendencia a dudar de los dogmas, slogans y verdades perecederas  de usar y tirar,  me permito formular algunas preguntas virales : ¿Esta sensibilidad social es flor de un día? Creo haber entendido que sigue vigente el  refrán “una flor no hace verano ni dos primavera”. Y no es que yo tenga demasiada fe en las primaveras (véanse las árabes) ni en los amores de verano. La respuesta positiva a la demanda de alimentos (que sigue creciendo), más parece un gesto de buenismo (ciertamente de ley en gran parte de la ciudadanía) y para otros de trankimazín de conciencias. ¿Qué porcentaje de estos ciudadanos misericordiosos se plantea de verdad por qué hay com-patriotas que se mueren de hambre y para colmo de desgracia no tienen tampoco dónde caerse muertos? Siempre  se ha dicho que la solución a los estómagos vacíos no es darles el pez de cada día, sino dotar a sus desgraciados propietarios de cañas de pescar. Muchos son los que siguen la conseja evangélica: que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Y así mientras con una entregan el pack solidario con la otra introducen en las urnas el voto que permite que se apliquen políticas que generan  y aumentan la injusticia, la desigualdad y la marginación.

No entiendo cómo se puede compaginar la compasión por los marginados con el apoyo a aquellas opciones políticas que introdujeron  y persisten o se adhieren a la vigencia de la reforma del l artículo 135 de la Constitución que reconoce que primero hay que pagar las deudas a los bancos (algunos de ellos rescatados y todos beneficiados por las leyes todopoderosas del mercado), antes que atender al rescate ciudadano. No llego a comprender a un pueblo que esté dispuesto a socorrer a quienes están con el agua al cuello y no se ocupe o preocupe de saber quién es el timonel de la patera que les ha abandonado en la altamar embravecida sin el salvavidas de un despido “procedente” , de un subsidio de paro universal y digno, de unas becas de obligado otorgamiento, de una asistencia sanitaria de rigurosa supervivencia…¿Es compatible donar una limosna alimentaria porque nos sentimos muy humanos cuando primamos las opciones que nos regalan el oído con bajadas de impuestos que no responden a criterios solidarios, sino a incentivos egoístas y clasistas? Ya en la parábola de los talentos se profetizó los principios del liberalismo capitalista: porque al que tiene, más le será dado; y al que no tiene, aun lo que cree que tiene se le quitará. (Lc. 8,18).

Cierto es que debemos exigir a los gobernantes una justa política tributaria además de una rigurosa, trasparente y solidaria distribución del erario público para que las cargas fiscales sean las mínimas, pero sí las necesarias, que graven a los más ricos para que llegue a los más pobres. No se trata de beneficencia, es cuestión  de justicia. Monseñores de la Conferencia episcopal no queremos obras de misericordia , exigimos mandamientos cuyo quebrantamiento sea pecado mortal de un  grosor superior a un camello. Grande sería, si así fuera, el contentamiento de Caritas.

Por un día hemos tenido piel sensible al frío, a la aspereza y  al dolor de tantas vidas que habían  pasado inadvertidas a nuestros callos cotidianos. Pero me temo que tenemos los ojos muy predispuestos para seguir mirando hacia otra parte mientras caminamos en pos de nuestras banderas, que no vamos a dejar de hacer oídos sordos a las voces que denuncian la injusticia porque preferimos las músicas de siempre, que tenemos muy cogido el gusto a la olla podrida, que no nos importará taparnos la nariz para introducir en las urnas el voto útil  porque no hay más remedio ni queda otra solución “razonable”.

Creo que estamos viendo los toros desde la barrera (el hambre sí que da cornadas). Vemos desde nuestra grada el espectáculo de la miseria, del empobrecimiento progresivo, de la marginación galopante. Es una obra macabra en la que creemos que no tenemos ninguna responsabilidad: es la mala suerte, los mercados, la Unión Europea, los políticos que parece que han caído del cielo. Los gobernantes están ahí porque los hemos votado: nos han parecido bien sus propuestas o no hemos sabido advertir que había un anzuelo bajo su gusano. Según los datos de las encuestas parece ser que son los más los que están dispuestos a seguir apoyando a quienes han incumplido sus promesas electorales y a quienes llegados de nuevo proponen seguir por una vía paralela a la ruta que hasta aquí nos ha traído. No parece que estemos decididos a ajustar cuentas con aquellos que han propiciado o tolerado la corrupción. Ellos son los que han llevado al país al borde del abismo al sacar de las arcas públicas o al no dejar que a ellas lleguen cantidades ingentes de dineros con los que se podrían haber financiado los servicios públicos y haber rescatado a quienes iban quedando en las cunetas al paso implacable de esta columna blindada de la crisis. Nada hicieron sino lavarse las manos, nada quisieron saber a parte de destripar encuestas y diseñar campañas sin reparar en gastos porque el confeti caía del cielo como el maná. Los que metieron la mano, los que tejieron tramas mafiosas para financiarse con desvíos o atracos al erario público, quienes nombraron a estos depredadores, quienes confiaron en ellos (“Luis sé fuerte”) con buena o mala fe cuando estaban obligados a controlarlos y saber de sus andanzas, TODOS ELLOS  política y/o penalmente son responsables y como tales impresentables para ostentar cargo público. Y los electores en primera y última instancia somos quienes quitamos y ponemos rey: el pueblo decide quien gobierna. Resulta pues farisaico rasgarse las vestiduras ante las injusticias y atropellos de aquellos que nosotros hemos aupado al caballo de Atila. No se puede encomendar al zorro el cuidado de las gallinas, pero el país así lo ha decidido: la mayoría absoluta que administra la “res-pública” detesta lo público a favor de lo privado y quiere reducirlo a un papel residual y de beneficencia. Nuestros gobernantes no están por la igualdad de oportunidades y el bien común, sino por el individualismo  (a quien Dios se la dé, S. Pedro se la bendiga),por  la aristocracia del pelotazo (quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija).

¿Qué hacer ante esta situación? Es de agradecer que en una sociedad que se mueve entre los parámetros del neoliberalismo surjan entidades  e individuos (aunque sean contados) que luchan por la dignidad de las personas y con buena fe intenten paliar los destrozos del poder. Ahí están Cruz Roja, Caritas, el gremio “sin fronteras”, el P. Ángel… que se dejan la piel practicando ejercicios de reanimación sobre tantos colectivos que están al filo de la vida o la desesperación. Pero ¿no cabría preguntarnos si estos apaños, estos remedios caseros no están ocultando la verdadera y extrema gravedad del enfermo?¿Estas ayudas de emergencia no están frenando la protesta y la rebelión ciudadana contra este poder implacable e inhumano? El poder siempre contabiliza en su haber la mayoría silenciosa. ¿Esta paz social propiciada por la solidaridad de los pobres con los más pobres (los de solemnidad) no frena la demanda de la exigible solidaridad de los ricos con los desposeídos?

Me indigna la doble moral y el mantenimiento de las contradicciones interesadas,  me cunde cada vez más la desesperanza, y comienzo a sospechar como Pepe Mújica expresidente  de Uruguay, que tal vez esta especie humana ha llegado al máximo de su capacidad y sólo el brote de una nueva rama homínida de homos super-sapiens pueda redimirnos de nuestras cavernas.

Que Darwin nos ampare.