Entrados ya en la Historia, los primeros pobladores de nuestras tierras formaban un conglomerado de tribus o gentes conformadas antes de las invasiones celtas: cántabros, astures y vadinienses. En las diferentes oleadas de migraciones celtas se produce un mestizaje con los habitantes originarios dando lugar a lo que se conoce como “Cultura de los Castros del Noroeste Peninsular” que se extiende desde nuestros pagos hasta las tierras gallegas. Prácticamente el único testimonio que nos queda de esta época lo constituyen los topónimos. En Barrillos tenemos el Castro, el Castrillín, la Cortina…
Estos pueblos ( cantabro-astures y vadinienses) se habían establecido en torno al eje marcado por el río “Salía” (Sella) y el “Astura (Astuta-Astola-Estola-Estla-Ezla-Esla) sin tener unas fronteras definidas. Eran clanes que si bien mantenían su identidad propia, prodigaban múltiples relaciones con las tribus vecinas.. Es opinión generalizada que la división o distinción entre Cántabros y Astures fue una estrategia militar y administrativa que establecen los romanos para tener mejor controlados a estos pueblos un tanto indomables. De todos modos algunos autores como José Francisco Fernández Rodríguez se atreven a proponer un mapa: “La frontera que delimitaba a estos dos pueblos subía por la margen derecha del Astura (Esla) y antes de llegar a Cistierna saltaba a la divisoria ribereña con el Porma y de ahí pasaba al Salía (Sella). En la parte alta de la cuenca del Astura, que los romanos colocan en el Conventus Cluniense, moraban los Vadinienses, pueblo de nuestros ancestros” (“Historia de nuestra tierra”).
Parece, pues, que los vadinienses constituyeron el vínculo de unión entre Astures y Cántabros. Llevaban una vida seminómada basada en la agricultura de subsistencia, la caza y la recolección. Se regían por un sistema matriarcal: las mujeres ostentaban el derecho de transmisión de la propiedad, trabajaban la tierra y recolectaban, casaban a los hermanos y participaban con los hombres a la hora de guerrear. Costumbre pintoresca entre los pueblos de esta zona era la “covada”: la mujer después de parir seguía con sus ocupaciones habituales y era el hombre el que se quedaba en la cama al cuidado del niño.
Estas gentes originarias de nuestra tierra incorporaron poco a poco los avances técnicos de los celtas y algunos elementos de su cultura (uso de los metales, orfebrería, cerámica, algunas divinidades –Taranis, Teutates, Esus- y simbologías – trisquel y el tetrasquel-, elementos lingüísticos…) pero sin perder determinados elementos identitarios (enterramientos, construcciones castreñas circulares, la herencia por línea materna junto con la “autoritas materna”, divinidades femeninas…), patrimonio cultural que conservaron incluso después de la romanización.
Tan sólo dos ciudades se mencionan en los datos históricos que poseemos: Lancia, principal ciudad astur (localizada en el cerro de Villasabadiego) y Vadinia, que no se ha podido ubicar y que quizás sea una creación literaria de los romanos (Claudio Ptolomeo) para agrandar las gestas de sus legiones y que en realidad no sería más que un conjunto de castros más o menos dispersos.
La conquista romana de estos pueblos fuertes y siempre difíciles de domeñar, se enmarca entre los años 29-19 a.C. No fue tarea fácil ya que aquellas gentes se defendían “como si fueran alimañas escondidas entre las rocas” Se inicia con la guerra contra los cántabros (Bellum Cantabricum), figurando al mando de las legiones Estatilio Tauro (29 a.C.) y más tarde Clivisio Sabino (28 a.C.) y Sexto Apuleyo (27 a.C.); pero el carácter indómito de nuestros antepasados hizo fracasar estos intentos, cosa que obliga al propio emperador Octavio Augusto a ponerse al frente de los ejércitos el año 26 a.C. La campaña se encomienda a la Legio IV Macedonia acampada en Segisama ( hoy Sasamón en Burgos), complementada con la Legio VI Valerias Victrix y la Legio X Gemina. Orosio narra que las legiones romanas persiguen a las huestes cántabras hasta el “mons Vindius”. Allí las asedian hasta que mueren de hambre. No se cumplió por tanto los oráculos cántabros que decían: “antes de que lleguen las armas romanas al monte Vindio, llegarán las aguas del mar”. Es difícil localizar este monte, pero podría tratarse de los Picos de Europa o Peña Labra.
Un año después, según las fuentes romanas, las gentes que conformaban los denominados astures se unieron en un solo ejército que, descendiendo desde las altas montañas, planeaba atacar por sorpresa a los campamentos romanos de la ribera del Astura. Pero el clan de los Brigaecinos (Brigaecium=Benavente) los traicionan informando de la operación a Publio Carisio, Legado de la Lusitania que comandaba la Legio X Gemina. Los ejércitos romanos abortan la operación y los Astures unos huyen hacia las montañas y otros se refugian en Lancia, la capital. Corocotta, uno de sus míticos jefes, capitaneó la defensa de Lancia .Los romanos pusieron alto precio a su cabeza, rescate que él mismo exigió al presentarse en persona ante las autoridades romanas. Conquistada la ciudad, el general Carisio no dejó que fuera arrasada y quemada como solían hacer los romanos a las ciudades que les ofrecían dura resistencia para que «sin quemar fuese el mejor monumento a la victoria romana».
Con la conquista de Lancia no acaban las sublevaciones en los territorios cántabros y astures contra la dominación romana, intentos siempre reprimidos con crueldad. En una de estas revueltas los romanos acabaron cortando las manos de todos los astures insurrectos: Mampodre (manos-podere).
La romanización: Las estelas funerarias conservadas que corresponden a los siglos II-IV d.C. están todas escritas en latín ya que las culturas autóctonas eran sólo de tradición oral y por tanto adoptan inmediatamente la lengua escrita de los dominadores para expresarse gráficamente. El riesgo permanente de las sublevaciones obligaron a los romanos a construir toda una red de vías para permitir el fácil traslado de las legiones, además de conectar Lancia con Cantabria: se conservan algunos tramos a los que se puede acceder por el puente de Las Salas, el de Crémenes y Villayandre, además de algunos tramos en las cercanías de Fuentes de Peñacorada. Existieron pequeñas explotaciones mineras en Lois (mercurio), Ferreras (hierro), Sabero, Fuentes y Cistierna (cobre)…
La romanización en tierras vadinienses y astur-cántabras no acabó con las antiguas costumbres y creencias. Por ejemplo siguieron venerando a sus dioses (el politeísmo lo podía tolerar fácilmente):
“Tenían lugares sagrados y creían que las divinidades moraban a su alrededor en montañas, valles, ríos y bosques. Ofrecían sacrificios a sus dioses y en ocasiones sacrificaban a sus prisioneros de guerra. Creían en una vida más allá de la muerte, que solo podían alcanzar si morían dignamente, si morían en batalla y perdían la cabeza creían que el cuerpo no podía encontrar el camino a Letavia. Las puertas de Letavia solo se abrían dos veces al año en el solsticio de invierno y en el de verano, fiestas asimiladas por la religión cristiana llenas de magia que todavía perviven.”( J. F. F. R.: “Historia de nuestra tierra”). En la simbología religiosa de la que dan fe un centenar de lápidas vadinienses, aparecen el caballo asturcón, la palma, el semicírculo, la flor de siete hojas, la serpiente…
No tenemos testimonios de la entrada del cristianismo en nuestras tierras. Posiblemente la nueva religión inició su difusión a partir de la Legio VII Gemina radicada en el actual León: San Marcelo, centurión de la Legio VII fue uno de los primeros mártires peninsulares. Como ocurrió anteriormente con la mitología romana los vadinienses realizan un nuevo mestizaje: abrazan la religión cristiana pero conservan algunas creencias tradicionales “paganas”: en una estela funeraria descubierta en Liegos aparece el caballo, una cruz griega y en la parte superior una X (inicial de Cristo en griego), junto con la inscripción “A los dioses manes. El padre Alamo puso a la memoria de su piadosísima hija Maisontine de dieciocho años” (traducción de J. F. F. R).
La ciudad de Lancia es abandonada en el S. IV y muchos elementos de sus edificios fueron reutilizados en otras construcciones posteriores como es muy posible que ocurriera con el monasterio de S. Miguel de Escalada construido en el tiempo record de menos de un año. Un testimonio que lo puede avalar es una lápida funeraria reutilizada como cimacio de un capitel, que reza así: “Aquí está sepultada (Valeria), esposa de Montano: séate la tierra suave, oh mi muy amada, si el tiempo no te hubiera vencido podías educar a nuestros hijos durante otros fecundos cinco años, pero la corriente del agua, cogiéndote, te llevó con toda facilidad “ (texto de J. Fernández Arenas) .