Sobre un alto se eleva majestuoso este templo dedicado a Santa Marina, y que funciona como parroquia mancomunada de Barrillos y Acisa. Sus orígenes se remontan a la Edad Media, seguramente obra tardía dentro del siglo XII, posiblemente como sede de las Ordenes Militares de Santiago y Templarios. Al menos el primer cuerpo de la torre, la bóveda del presbiterio, el arco de triunfo, dos arcadas ciegas del muro norte y varios elementos sueltos, la pila bautismal de un solo bloque, son bellas muestras del románico. “La torre que se alza a los pies del templo es la estructura mejor conservada del primitivo edificio. Su planta es cuadrada y se eleva en buena sillería caliza, labrada a hacha y con numerosas marcas de cantero (+,Z,d) . Sólo la parte baja corresponde a la fábrica románica, siendo moderno el cuerpo de campanas, con dos troneras de medio punto por lienzo y rematado por una cornisa de gola. En la cara occidental de la torre se abre una estrecha saetera , vano bajo el que vemos una somera decoración de dos florones de ocho pétalos y botón central labrados a bisel y en reserva. Sobre él se inscribió una cruz griega de brazos flordelisados y volutas. En el muro meridional y a tres cuartos de altura se abría un vano de medio punto hoy cegado, que corresponde con un acceso a los pisos superiores de la estructura.” (“Enciclopedia del Románico en Castilla y León”- Fundación Sta. Mª La Real Centro de Estudios del Románico, 2002). La referida saetera nos puede hacer pensar que tal vez esta torre tuvo en sus inicios un carácter defensivo y no religioso, hipótesis que vendría a confirmar la leyenda templaria, aunque también podría ser signo de gran antigüedad. Las características del último cuerpo de la torre no parecen concordar con los modelos conocidos de campanarios románicos (recordemos el de S. Isidoro de León) que tienen las troneras mucho más estrechas y/o divididas por una columna que hace de parteluz. El campanario de Santa Marina se empareja mejor con las fórmulas renacentistas del S. XVI, amplios y majestuosos , abiertos a la luz exterior y a los nuevos aires que impulsaban los descubrimientos. Esta torre sirvió de modelo a la de Sta. Colomba.
El muro norte que da al camposanto, conserva su fábrica románica aunque muy remozada con elementos reutilizados. “El contrafuerte de sillería que refuerza la mampostería del muro en el sector occidental y las dos portadas cegadas son los únicos elementos que permanecen in situ. Ambas portadas son visibles sólo por la rosca de sus arcos de medio punto, delatando su labra a hacha su carácter románico. En un fragmento de sillar reutilizado cegando la más occidental de las portadas de este muro septentrional se lee la siguiente fragmentaria inscripción, en caracteres visigóticos: ME F(ecit?) IN ERA LXXVI:” (Enciclopedia del Románico…). Por el tipo de letra se podría datar esta inscripción entre 1138 y 1141. Los problemas de estabilidad de la nave románica debieron suponer su ruina parcial y obligar al recrecido de sus muros, el regruesamiento de la pared norte (doble muro), la prácticamente total reconstrucción de la parte meridional.
Testimonios de esta época medieval son la estela que actualmente podemos ver al pie del Viejo Camino de Santiago (“Camino Olvidado) poco antes de llegar a la Iglesia y la Pila bautismal de una sola pieza que se mantiene en el baptisterio del templo, habitáculo que configura la base de la torre.
El pórtico (portal), aunque la Enciclopedia del Románico lo data a finales del siglo XVI, los libros parroquiales fijan su construcción ya bien entrado el siglo XVII . Los añadidos de la sacristía y trastero están datados epigráficamente en 1800. Sobre la cubierta interior en artesa moderna subsiste, en penoso estado, un artesonado de fecha imprecisa.
Pero nada sabemos documentalmente de los avatares de esta iglesia hasta comienzos del siglo XVII. Probablemente, extinguidas las Ordenes Militares, el templo pasó al control ordinario del Obispado de León , transformándose en la parroquia de los Lugares orientales del Señorío de las Arrimadas (Acisa y Barrillos). Tampoco tenemos constancia del cambio de Titular: La Enciclopedia del Románico la cita la Iglesia como “monasterio de Santa María” y en los primeros libros conservados en la Parroquia se titula ya de Santa Marina.
El libro más antiguo conservado en el archivo parroquial es el “Libro de bautizados, difuntos y casados de Santa Marina: año 1609”, que se abre con la fe de bautismo del hijo de Gº Fernández y Mª Diez de Barrillos, firmada por el Vicario D. Miguel Ruiz de la Torre. Pero el hecho de que éste y otros registros se encuentren encuadernados en papiros o pieles que formaron parte de otros códigos o cantorales anteriores, podemos deducir que en este templo se celebró el culto ininterrumpidamente, y que, tal vez, por las condiciones económicas del señorío episcopal, gozó siempre de un cierto esplendor.
A comienzos del siglo XVII, en el primer libro de cuentas de Sta. Marina se registra la construcción en piedra de una capilla (1615), la fabricación en madera del pórtico (1618) y en 1637 la reconstrucción en “obra de mampostería y piedra labrada” del actual portal en el que destacan las columnas clásico-renacentistas, elementales pero a la vez singulares ya que el fuste presenta un anillado en la parte superior. El hecho de que una de ellas sea diferente muestra, como en otros detalles ya mencionados, que se han reutilizado materiales anteriores. La compra de la cajonería de nogal para los ornamentos figura consignada en 1658.
Pero nada se dice en este período del retablo hasta que en el “Libro 2º de cuentas de Santa Marina y apeos de aniversario que empieza el año 1638” se nos relata que por estas fechas se ordena la interrupción del acabado del mismo (“dorar y pintar el retablo de obra”), “por cuanto esta dicha iglesia está muy alcanzada y tiene muchas precisas necesidades”. Es muy posible, pues, que el hermoso retablo que preside el presbiterio haya sido ejecutado a finales del siglo XVI e instalado provisionalmente hasta que en las fechas citadas se atacara la obra de su instalación definitiva: sus pinturas muestran
una gran influencia Renacentista y la estructura dorada con sus columnas jónicas acanaladas en espiral junto con la decoración de volutas y frontispicios apuntan a un primer Barroco.
Las obras constantes en el templo y la categoría del taller al que se encomendó la realización del retablo como testimonian los lienzos y los relieves (apostolado y sagrario) prueban a las claras que la parroquia tenía posibilidades económicas. Así lo demuestra el inventario de heredades de la Iglesia Parroquial de Santa Marina certificado el 8 de noviembre de 1638 por el Provisor General en todo el obispado de León, Sr. D. Diego García Santos y el Vicario en dicha Iglesia, D. Miguel Ruiz. En ese momento el patrimonio parroquial ascendía a 32 tierras y 9 prados. El hecho de que en este cómputo figuren el Prado del Cotado y la tierra de la Campana que más tarde aparecen citadas como propiedades de la ermita de S. Julián, la primera adjudicada al Santo, la segunda nombrada como “tierra de Nª Sra. de los Remedios” nos permite pensar que la Parroquia era el titular último de todas las heredades eclesiásticas, y las ermitas locales hacían un poco la función de “sucursales” religiosas. En esta línea se podría interpretar la afirmación de los miembros de la Asamblea de Santa Colomba (”En este Concejo no hay convento alguno y sólo hay las dos iglesias parroquiales intituladas de Sta. Marina, en el Lugar de Barrillos, y Sta. Colomba en éste de Sta. Colomba”), cuando por estas fechas de mediados del siglo XVIII tenemos sobrada documentación del santuario de San Julián y Nª Sra. de los Remedios.
No nos consta si la vida religiosa de los feligreses de entonces iba pareja a las obras y reformas del templo, o dejaba que desear. No sabemos si por esto o por miedo al peligro protestante, en la visita episcopal de 1617 el prelado recomienda al Sr. Vicario que “tenga mucho cuidado de enseñar la doctrina cristiana a sus feligreses todos los domingos y fiestas del año, y en los de Adviento y Cuaresma les declare el Santo Evangelio y algún paso de los artículos o mandamientos, sobre que le cargo la conciencia por la mucha necesidad que tienen de saberlo los vecinos de dicho lugar”.
Lo que sí está probado es que en la Parroquia de Santa Marina ya funcionaba en esta época la Cofradía de la Cruz, también llamada Hermandad de la Vera Cruz. En 1678 se efectúa una copia de su Regla, que lleva el siguiente encabezamiento: “Copia de los capítulos que contiene la regla de la Vera Cruz, sita en la Parroquia de Sta. Marina de este Concejo de las Arrimadas, establecida a instancia de los hermanos que la dieron principio en fuerza de la Bula de nuestro Santísimo Papa Clemente VIII de feliz memoria, que acompaña, cuya copia se reproduce a causa de hallarse sumamente deteriorado el original de la sobredicha Regla”.
Si tenemos en cuente que la siguiente copia de capítulos y estatutos tiene lugar en 1887, podemos deducir con cierta garantía que esta Cofradía pudo haber sido fundada a principios del Siglo XVII, pocos años después de la promulgación de la Bula Pontificia que regulaba estas instituciones. Como curiosidades de esta Hermandad podemos citar que los hermanos al entrar habían de pagar una cuota de cera ( a partir de 1843 diez reales), que, si bien la parte principal la componían vecinos de La Cisa y Barrillos, se admitían también “hermanos forasteros de los dos Lugares”, que la Cofradía solía celebrar una veintena de misas al año por sus hermanos difuntos, que aquellos hermanos que no acudían a los oficios habían de pagar una multa.
A partir de 1855 las actas se escriben en papel timbrado, cosa que nos permite comprobar la implantación de la peseta como moneda nacional en 1868 y testimoniar el pago del “impuesto de guerra” que debía sufragar los gastos de la Tercera Guerra Carlista (1872-76) y el mantenimiento de los ejércitos que luchaban por defender las últimas posesiones americanas ( “Guerras de Cuba”). En 1897 aparece el primer sello parroquial (ver documentos).
El comienzo del Siglo XX imprime un nuevo impulso religioso que se plasmó con la creación de la Cofradía del Rosario a la que se adhieren 278 cofrades. Aparte de su registro nada más se sabe de esta Cofradía fundada por el párroco D. Manuel Ferreras.
Por lo que hace a la fábrica debemos anotar que, según figura datado en el encuadre de la ventana que da luz al presbiterio, en 1800 se realizan obras de mejora y ampliación del templo y sus anexos. En la parte trasera está el cementerio que a finales del siglo pasado (XX) ha sido remodelado y modernizado en plan urbano. Se han secado también aquí las negrilleras que había detrás del cementerio, pero en los últimos años todos los alrededores se han repoblado de diferentes especies arbóreas, embelleciendo, sin duda, el marco natural.
La Iglesia ha sido remozada por última vez en 1988 con las aportaciones económicas de los “nativos” de la parroquia y el esfuerzo y colaboración de los que aún residían en los pueblos. Las obras realizadas con muy buen criterio han permitido que la piedra de mampostería luzca sus tonalidades en los diferentes volúmenes que forman el conjunto. En 1989 la perla de la Parroquia, el retablo, ha sido objeto de una cuidada restauración que le ha devuelto su antiguo esplendor.
Un romance de Licinio ha inmortalizado la obra de restauración de la Iglesia y la celebración de su reinauguración:
A bienhechores y amigos,
a los que disteis la cara,
los trabajos y dineros,
para esta obra tan magna
de reparar nuestra Iglesia,
es decir de nuestra casa.
Comienzo por Don Antonio,
que aunque no lleva sotana
ha puesto cuanto ha podido
porque así le vino en gana.
A las Juntas Vecinales,
a Comisiones nombradas,
las que llevaron a efecto
las obras hoy estrenadas.
Cómo olvidar a Manolo,
Alberto, Jose y comparsa:
todos ellos trabajaron
en horas extraordinarias,
cortándonos las rebollas,
a veces pasaos por agua,
que a las luces de un tractor
fueron de noche tronzadas.
Gracias también a Felipe
y a Emilio (¡gran Patriarca!),
y a esa juventud gloriosa
que aquí no puedo nombrarla
pues no recuerdo sus nombres
aunque recuerdo sus caras.
A cuantos han trabajado
a mano o con maquinaria,
también a los contratistas,
a todos damos las gracias.
Empezando por Aníbal
que la torre reparara
poniendo tejado nuevo
y la veleta bien alta;
después Jamín y Olegario,
los de la segunda tanda:
desde el suelo hasta el tejado
nueva la Iglesia dejaban.
Un aplauso a don Jacinto,
gran promotor de esta causa:
él dio los primeros pasos
y a otros los metió en ganas.
Pues bien, queridos amigos,
la Iglesia está reparada:
ya parece que responden
sus paredes centenarias,
paredes que han cobijado
caballeros y mesnadas
protegiendo a peregrinos
que hacia Santiago marchaban,
paredes de piedra dura
que hablan de escudos y espadas,
de petos y de espaldares,
de cascos y de corazas,
de lórigas y broqueles,
de guanteletes y dagas;
y también de manos suaves
curando heridas y llagas.
Querer mucho a vuestro pueblo
que casi a la Gloria iguala
pues es aroma de gloria
lo que estos campos exhalan:
de recién mojada tierra,
de hierba recién segada,
de mies de trigo en la era,
de hoja recién podada.
Y con esto ya termino:
Perdonadme mis palabras
que hacen reír a los jóvenes
y a los viejos verter lágrimas.
Que paséis muy bien el día
y que volvamos mañana…
Y ya de verdad termino:
Para todos, ¡MUCHAS GRACIAS…!
17 DE Julio de 1988: LICINIO RODRIGUEZ
RETABLO DE LA IGLESIA DE SANTA MARINA:
El retablo de la Iglesia es una obra significativa del acaballamiento del siglo XVI-XVII perteneciente al movimiento “romanista”. Esta tendencia artística fue introducida en España por un conjunto de artistas italianos traídos por Felipe II para la decoración de El Escorial. Venían marcados pues por el Renacimiento con gran influencia de Miguel Ángel. Los retablos montados por esta corriente tienen su fuente de inspiración en el sepulcro de Julio II diseñado por este genio del arte. Aunque la geografía del romanismo se circunscribe casi exclusivamente a País Vasco, Navarra y Burgos una de sus muestras más insignes es el retablo de la Catedral de Astorga de G. Becerra. Formando trío de excelencia con las dos obras anteriormente referidas tenemos el retablo de Santa Clara de Briviesca. Seguramente el autor del retablo de Santa Marina dada la proximidad y las grandes relaciones económico-religioso-políticas de nuestra comarca con Astorga conocía de alguna manera a Becerra y su obra. Lo que queda sobradamente probado, como se irá explicando, es la influencia del renacimiento italiano.
La estructura está formada en su parte inferior por un banco o “predela”, una especie de zócalo o friso que sirve de base al cuerpo del retablo: representaciones en bajorrelive que recogen el colegio apostólico, evangelistas y padres de la Iglesia (falta la tabla de la izquierda al practicarse una puerta de entrada a la sacristía). Dos características muy importantes son destacables en este banco: la influencia clara de Miguel Ángel (fuerza y musculación de personajes) y la aparición de un “ignudi” ( desnudo masculino renacentista) en la representación del símbolo del Evangelio de S. Mateo (un joven, aquí niño). Estos ignudi vienen a ser una versión laica de los ángeles con resonancias paganas grecolatinas. El sagrario (escena de Jesús en el huerto de los olivos)si bien excede la alzada del banco no se muestra como un elemento extraño y marcadamente destacado como ocurre en otras muestras que tienden a reproducir las estructuras de las custodias procesionales (catedral de Burgos).
También descubrimos la paganización renacentista que supone la exaltación del cuerpo humano como modelo de belleza y perfección en las dos matronas que aparecen en la zona de compensación del primer piso: en la de la izquierda la mujer amamanta a uno de sus dos hijos (los dos desnudos)y la de la derecha reposa descuidadamente en el diván.
Por último en la parte central de la cenefa que separa el primer piso del segundo juguetean unos “amorcillos” que nos remontan al pensamiento platónico. El Concilio de Trento (1563) se opuso a estas representaciones apelando al pudor.
Es interesante observar la constitución del primer piso. A parte del encasquillamiento del sagrario que rompe la línea inferior tenemos el desproporcionado tamaño de la calle central, sin duda queriendo dar la máxima importancia a la Patrona. Esto exige y permite un juego interesante en las calles laterales solventando el tema en las interiores con una especie de volutas que sustituyen los remates curvos cerrados renacentistas por elementos abiertos prebarrocos, y en las exteriores embellece el espacio con los bajorrelieves anteriormente citados. Completa esta diversidad la mezcla alternativa de hornacinas, arqueadas las laterales y adintelada la central. Las hornacinas fueron diseñadas seguramente para acoger imágenes preexistentes de gran devoción , hecho que a su vez abarataba los costes. Disfruta pues este primer piso de un juego de volúmenes, formas, elementos y estructuras que lo dotan de gran riqueza, diversidad y belleza sin perder la armonía y el equilibrio. La cenefa que separa los dos pisos está muy trabajada: dentro de la sobriedad los adornos vegetales ponen un toque de color y alegría entre los dorados de la tramoya. Los remates de las calles conforme a los cánones del estilo alternan los frontispicios triangulares y redondeados, si bien por influencia del barroco que se barrunta están abiertos dando lugar en el curvado central a una especie de volutas que además permiten una mejor visión de la suprema escena del Calvario.
La escasez de espacio reduce los pisos a dos, y el ático que se reserva a la Crucifixión no es exento sino que se “empotra” en el segundo piso . Este elemento es el más sobrio y renacentista ya que si observamos el frontis del remate es un triángulo cerrado.
Las columnas jónicas que enmarcan las calles son muy especiales: no contienen follamen (decoración vegetal) como ocurre en los referentes de Astorga o Briviesca, sino que son total y absolutamente acanaladas como las de El Escorial, pero también aquí se presagia el barroco ya que las cánulas van en espiral preanunciando la columna salomónica
Los lienzos muestran una gran influencia del Renacimiento italiano. La Crucifixión es de una gran sobriedad reduciendo los personajes a los tres esenciales (Cristo, María y Juan) y el paisaje del fondo es elemental. La imagen de San Sebastián es uno de los prototipos preferidos por los renacentistas italianos ya que les permite exaltar la belleza del cuerpo masculino en una representación de hermoso adolescente. La imagen de San Francisco de Asís sigue fielmente los modelos italianos de la época (Guido Reni por ejemplo) .La figura de San Pedro muestra la estructura triangular tan del gusto de Leonardo da Vinci. Pero la influencia más notoria de este genio italiano la tenemos en el lienzo de San Jerónimo con sus matices de contraluz, claroscuro y “sfumato”. Esta es una pieza excepcional. No debe extrañarnos que de los cuatro lienzos, si exceptuamos la Crucifixión de obligado cumplimiento, dos (lateral derecho) representan a anacoretas (San Francisco de Asís y San Jerónimo) pues nuestras tierras tienen una larga tradición en este tipo de práctica religiosa: San Guillermo en Peñacorada, y San Froilán y San Atilano en Valdorria. Las imágenes de Santa Marina y San Roque (santos muy” jacobeos”) pueden tener cierto valor artístico, no así la representación de Santa Bárbara que es de los años sesenta.
Mantiene este retablo una contenida sobriedad romanista herreriana, pero a su vez una destacada alegría renacentista: los frisos entre pisos no son triglifos y metopas lisas sino decoraciones vegetales y humanas, los toques paganos y las beatitudes laicas que el Concilio de Trento encerró en baúl de siete llaves muestran una cierta travesura y desinhibición.
No deja de ser extraño que en un Lugar tan humilde con escasos recursos se haya podido generar una obra de tan alto nivel.
INMATRICULACION:
El Registro de la Propiedad de La Vecilla en cumplimiento del Artículo 54 del Real Decreto 1093/1997 de 4 de Julio hace constar al Ayuntamiento de La Ercina que se han inscrito en dicho registro con fecha de 17 de Julio de 2014, las iglesias de Barrillos de las Arrimadas: La Iglesia (Referencia Catastral 000500100UN14A0001SW, Número Único de Identificador Registral 24009000625039, finca nº 4932), y La Ermita (Referencia Catastral 3223301UN1432S0001GL, Número Único de Identificador Registral 24009000625046,: finca nº 4933) a favor de la Diócesis de León (Parroquia de Santa Marina).
Muchas son las consideraciones que se pueden hacer sobre esta apropiación “indebida” que la Diócesis de León ha efectuado al amparo de la reforma del Reglamento Hipotecario de 1998 que prolonga el privilegio de la Ley Hipotecaria de 1946 en que se reconoce a la iglesia católica el derecho a inscribir escrituralmente, aunque no esté documentado, propiedades y edificios con la simple declaración del Obispo que los considera como propios. Certifica D. Julián López Martín, Obispo de León, el pleno dominio de la Parroquia de Santa Marina desde tiempo inmemorial sin aportar ningún dato. Un dato anecdotario detecta la mala fe con que se ha actuado en este asunto: la certificación Catastral telemática descriptiva y gráfica está emitida el 27 de enero de 2014, la certificación diocesana está registrada el 2 de Junio de 2014, por lo que se ha inscrito en el Catastro antes de poseer el título de propiedad.
Por otra parte esta apropiación exclusiva y excluyente no tiene en cuenta para nada los justos derechos del pueblo de Barrillos (creyentes o no) sobre este bien insigne de nuestra historia: la fábrica y mantenimiento de la Iglesia es fruto principal y mayoritario del esfuerzo, del trabajo (hacenderas), impuestos (diezmos y primicias), campañas, cuestaciones, donaciones y limosnas de los vecinos de este Concejo y del de Acisa. Esta actuación diocesana constituye una muestra de deslealtad ya que el Obispado no se puso en contacto directo con el Ayuntamiento de La Ercina y las Juntas Vecinales antes de tramitar la inmatriculación tanto en el Catastro como en el Registro de la Propiedad. Haber hecho toda esta tramitación de espaldas al pueblo de Barrillos de las Arrimadas, sin ninguna información ni previa ni posterior por parte de los representantes diocesanos, seguramente pretendía dificultar el ejercicio de defensa por “perjuicio de terceros” que reconoce la ley, lo cual evidencia una cierta mala fe.
En todo este asunto el Obispado ha actuado con escasa y/o dudosa ética tanto más grave cuanto que proviene de una institución religiosa sin ánimo de lucro, que debería ser paladín de la justicia, la solidaridad y la generosidad cristiana (caridad) y testimonio fiel de una Iglesia de los pobres y para los pobres. Este comportamiento eclesiástico generalizado ha provocado el rechazo no sólo de entidades laicas (Plataforma en Defensa del Patrimonio de Navarra, Europa laica), sino también de Redes Cristianas y Comunidades Cristianas Populares. Igualmente ha sido denunciado ante el Parlamento Europeo y el Tribunal Constitucional porque la ley en que se apoya es claramente discriminatoria para otras creencias religiosas y entidades volcadas en la reivindicación de la justicia social, de servicio a la comunidad y defensa de los derechos humanos. Tal es el rechazo social a este privilegio otorgado a la Iglesia Católica, que el Gobierno y las Cortes Generales han modificado (2015) el artículo 206 de la Ley Hipotecaria por considerarlo fuera de lógica e impropio del tiempo y lugar.