A esos primos de Barrillos
les mando estas cuatro letras
que al amor de la lumbre
leerán, puesta la mesa
on buen plato de garbanzos,
de judías o lentejas;
con ese aroma que sale
del sartén que puso Evelia
en las brasas del fogón
con costilla y carne fresca
de la gocha que matamos,
que colgada en la escalera
quedó cuando yo marché
allá en la cocina vieja
donde estarán ya colgando
los chorizos con sus cuerdas.
¡Ay Señor, cuánto colgajo
en esas vigas tan negras!
En la hornilla unos maderos
que ahí les llamamos leña
y con la chapa sacada,
ya libre la chimenea,
no hace falta ni soplar
pues arden que se las pelan.
El humo no es necesario
para curar -dice Evelia-
con el humo los curaban
las ignorantes abuelas.
¡Qué gusto que da mirar
esos chorizos que cuelgan
asidos a unos varales
cortados en la Alameda,
el Salgueral o El Casero,
o el reguero de la Vega
de balsas o de paleros
que crecen en su ribera
o tal vez por el Tendero
o reguero de la Sierra.
Porque yo le vi a Daniel
cruzando allá por las Eras
con un fajo de varales
atados con una cuerda.
Como los cortó en menguante
se doblan pero no se quiebran;
de ellos penden los chorizos
y las morcillas morenas
hechas como a mí me gustan:
Sangre, cebolla y manteca,
con la sal que necesiten
con pimentón de Aldeanueva,
unas cabezas de ajos,
orégano y hierba buena,
y “pa” que no falte nada,
unos polvos de pimienta
con algo de perejil
del que se cría en la huerta.
Y… se me hacen agua los dientes
sólo de pensar en ellas…
Las estoy viendo en el plato
calentitas, estupendas,
picantitas y sosainas…
¡Qué gusto dará comerlas
cocidas con los garbanzos,
con las judías o berzas,
o fritas en la sartén ,
o puestas en la cazuela
que llamamos “zamorana”
pero que es de Perigüela
de la Provincia Zamora
que limita con la nuestra,
donde se crían garbanzos
y se construyen cazuelas.
Ya los jamones tomaron
la sal, prensados con piedras
y cuelgan de algunos clavos
de las dichas vigas negras
que son del décimo sexto,
buen siglo, de nuestra Era,
porque en él vivió Cervantes,
Quevedo y Lope de Vega
y Calderón de la Barca
y también Santa Teresa
(siglo arriba o siglo abajo
no lo tengamos en cuenta).
¿Dónde hemos ido a parar?
Volvamos, a ver a Evelia
que se quedó faenando
y ya no sabemos qué es de ella:
si ha derretido ya el manto,
si las migas fueron hechas,
si en la grasa las manzanas
se cocieron con las peras.
Si entramos en la cocina
(quiero decir la vieja),
aún quedan por los clavos
sin señalar unas piezas,
tales como el espinazo,
unas costillas muy buenas
cuyo adobo está pingando
encima de alguna artesa,
los riñones y libianos,
el hígado y la cabeza,
a barbada y la mantilla,
las patas y las orejas.
El corazón hecho trizas
quedó también en la mesa.
Y los chorizos de sábado
con la piel de la cabeza
cuelgan también de un varal
esperando a que los cuezan.
Y posadas en la trévede
nos quedan las carrilleras
junto con algunos huesos
para hacer sopa en las fiestas.
Y…aún nos queda el rabo…
¡ésa sí que es buena pieza
“pa” comerlo con judías
en esas mañanas frescas
que el viento sopla del norte
en lo alto de la Sierra.
Y ya de cosas del gocho
sólo las cintas nos quedan,
solomillos y zambomba…
Ésta “pa” untar las melenas
o que jueguen los rapaces
cuando salgan de la escuela.
Pero buscando y buscando,
Alguna cosa más queda:
es la carne del pescuezo,
la hiel, la lengua y gorguera.
Y la “morcilla del banco”…
se la dais al que la quiera.
Licinio Rodríguez