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VUELVEN LAS SOTANAS Y BONETES

septiembre de 2015

Por razones obvias acudí al funeral de un familiar. Un curita joven oficiaba las exequias (me permito este tecnicismo porque encaja perfectamente en la atmósfera vivida). Es de estos sacerdotes de última generación salidos de la factoría Opus Dei 2.0: han recuperado el hábito talar (alias sotana), y como exceso secular  tan sólo llegan al clergiman de negro zaíno con impecable alzacuellos que lucen ostentosamente como si fuera una pajarita clerical. Permítanme una disquisición: los que somos de la generación de mayo del 68 vivimos con ilusión los inicios de la secularización, los atisbos esperanzadores  del aggiornamento de la Iglesia promovido por el Papa Bueno (Juan XXIII) y su Concilio Vaticano II. El clero (tiempos eran aquellos en que Marie Quant se sacó de los patrones la minifalda) redujo a las medidas estándar sus inmensas braguetas: entonces el clergiman era un signo de progreso, de reinserción en la vida cotidiana del personal…Pero cuando hemos visto sacerdotes que se hicieron obreros (hasta haylos “rojos”), cuando la gran mayoría había decidido aparecer visual y realmente como uno más de los ciudadanos ( por supuesto con sus creencias, con su dedicación pastoral, con su testimonio de vida), volver al traje sacerdotal, al uniforme de casta, me parece una vuelta al integrismo colindante con el talibanismo. Émulos de los turbantes de los imanes, de los solideos de los ultraortodoxos judíos, más de uno se ha calzado de nuevo el bonete.

Pero volvamos al ceremonial. Por lo visto y oído me sentí transportado a mi infancia de  los años cincuenta del anterior siglo, cuando era monaguillo y gobernaba el Caudillo por la gracia de Dios:  aquellos ”asperges” con un hisopo como Dios manda (nada de esos artilugios modernacas que parecen pendrait ), aquel mismo meneo de incensario a pleno rendimiento, el repiqueteo estridente de las campanillas  acompañando las genuflexiones de la consagración, algún que otro latinajo como resto de muralla antigua, los sones del himno del Congreso Eucarístico de Barcelona…El túnel del tiempo me había engullido en su torbellino marcha atrás. Era la vuelta al rito mágico, al misterio del “Sancta Sanctorum”, al ceremonial que infunde respeto, admiración y un cierto apabullamiento: la grandeza y majestad de los dioses frente a la poquedad, la bajeza y miseria de los humanos. Aún recuerdo la intensidad obsesiva, y la lenta y exagerada pronunciación con que el cura de mi niñez desgranaba las palabras de la consagración, como los santones y chamanes ofician sus sortilegios. Me da la impresión de que Jesús de Nazaret lo que propuso a sus discípulos fue un ágape, una sencilla reunión de hermanos donde recordaran sus palabras y sus hechos para estimularse y ayudarse mutuamente en una vida compartida y generosa.. El Nazareno iba de calle, sin ropas rituales, y los apóstoles con la vestimenta de brega. Como signo de humildad el Maestro lavó aquellos pies que necesitados andaban de una cierta higiene. No fue su intención (creo yo como descreído) revelarles una fórmula mágica tipo “abracadabra” o “ábrete Sésamo” para que los elegidos transubstanciaran el pan y el vino en su cuerpo y sangre (¡cómo no iban a pensar los romanos paganos, que los cristianos hacían prácticas de canibalismo!). Compartid el pan y el vino, y pensad que yo estoy entre vosotros –pienso yo que es la intención de Jesús en la Última Cena. Pero vinieron los exegetas y los teólogos y los liturgistas y los vaticanistas y los tridentinos y un largo etcétera  que pusieron al sacerdote de espaldas al pueblo de Dios, trabajándose el latín (lengua que casi nadie entendía), con unos ornamentos de casta o tribu levítica que los situaba en el mundo de lo sagrado, de lo intocable, de lo indecible y, por supuesto, de lo superior e inalcanzable. Suena más a dominio que a confraternidad y convivencia.

No me había rehecho de estas consideraciones muy mías  cuando comenzó a retumbar en las bóvedas de mi mente la homilía del cura. Estamos en un valle de lágrimas que vamos transitando con la mirada puesta en el Monte Sión (o en el Tabor) donde el Señor nos regalará con su presencia: cuanto más punzantes sean los abrojos, cuanto más pedregoso el camino, mayor será el gozo de la transfiguración.¿Por qué estamos tristes si una pléyade de Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominaciones, Potestades…y una caterva de santos han bajado expresamente a recoger el alma de nuestra hermana para llevársela al banquete celestial en espera de que, hecha la digestión (digo yo), suenen las trompetas que nos concentrarán a TODOS en el Valle de Josafat (¡qué fijación con los valles y los montes!): los de la derecha para que en cuerpo y alma gloriosos disfruten de la verbena sempiterna, y los de la izquierda, ya se sabe…Así pues todo queda pendiente para el más allá: el presente, el más acá, no importa, no tiene valor, no es verdadero. No os metáis por tanto en andurriales de poca monta, no perdáis el oremus de la buena liturgia, no os paréis a descansar en las áreas de servicio habituales. El placer y el gozo son zarandajas distractivas. Estamos en la ruta de la resignación ante los designios divinos (inescrutables por no decir caprichosos), del victimismo, de la anestesia social y personal, de la alienación, de la hibernación  hasta que llegue la Pascua Florida.. ¡Qué más da si la vida se nos va entre las manos, si nos toca siempre la peor parte,  si lo nuestro son las bodegas y los bajos fondos, si habitamos en el llanto y crujir de dientes (temporal, eh!). Cuando dejemos este mundo será la hora del hedonismo total y perpetuo, “colgados” de por vida eterna, entregados a un gospel sin fin.

También nos glosó el buen clérigo el texto evangélico que nos habla del señor que deja a su siervo al frente de su hacienda mientras hace una escapada. ¡Al tanto, que regresaré sin previo aviso! –le advirtió. ¡Cómo chirriaba en mis oídos y mucho más adentro aquella sentencia: “siervo bueno y fiel”…¿Es presentable a estas alturas de la historia ofrecer como modelo de vida la relación señor-siervo? Si la esclavitud (y sus aledaños) no cabe dentro de los lindes de los derechos humanos, ¿puede servir de patrón de la vivencia cristiana que debe ir más allá de las exigencias mínimas de la dignidad humana? Nos proponen el anonadamiento frente a Dios todopoderoso, la súplica y la alabanza permanentes como actitud servil ante sus insondables, tortuosos e inexplicables designios de escribano retorcido. ¿Qué Dios nos ofrecen quienes nos invitan  a repetir tres (o cincuenta) veces la misma plegaria, el idéntico y cansino versículo, como si la divinidad fuera sorda y dura como una piedra que sólo el martirio chino logra perforar, gota a gota, hasta el aburrimiento? ¿Necesita Dios apoyos externos o está tan pagado de sí mismo que tolera, manda o sugiere que se le alabe una y mil veces en el cielo (ángeles y santos todos) y en la tierra ( los creyentes: Alá es grande –celebran incansables los musulmanes, Yabé Dios es Todopoderoso y Misericordioso –repiten los judíos, Santo, Santo, Santo, -cantan sin desmayo los cristianos).

¿Cómo este Dios puede interesar a las nuevas generaciones formadas y configuradas en parámetros intelectuales y vitales muy diferentes a estas concepciones religiosas? Pasaron ya los tiempos del dogmatismo, del autoritarismo (por ser vos quien sois), del señorío, del temor como arma de sumisión, del castigo como pauta de conducta. No es extraño que las iglesias se queden vacías y que el envejecimiento de la población practicante sea alarmante. Háganselo mirar porque si pretenden atajar la hemorragia con cataplasmas de integrismo puede entrar el enfermo en coma irreversible. De todos modos “doctores tiene la Santa Madre Iglesia”…-me enseñó el P. Astete.